Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1383
Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 30 de enero de 1890
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Cassola
Número y páginas del Diario de Sesiones: 82, 2300-2302
Tema: Interpelación del Sr. Cassola sobre la solución de la crisis ministerial

Yo siento, Sres. Diputados, entretener a la Cámara con ciertos detalles; pero a ello me veo obligado, como ayer por el discurso del Sr. Romero Robledo, y como hoy por las palabras que acaba de pronunciar el Sr. Cassola.

Ya sabe S.S. que en la relación que hice yo de la crisis no hablé una sola palabra de las conferencias que habían mediado entre S.S. y yo; pero necesité explicar ciertas conferencias a que se refirió el Sr. Romero Robledo, porque no había de dejar pasar las cosas en el punto y de la manera que el Sr. Romero Robledo las planteó. ¿Y qué dije que pudiera lastimar al Sr. Cassola? Pues no dije absolutamente nada; no dije sino que S.S., en las diferentes conferencias que había tenido conmigo, se había mostrado perfectamente desinteresado personalmente, y que cuando por cualquier accidente, para las eventualidades del porvenir, hablaba a S.S. del Ministerio de la Guerra, S.S. me dijo siempre: no piense usted en eso, porque yo no tengo interés ninguno en ir al Ministerio de la Guerra. Y aún en una ocasión me añadió S.S. que no sólo no tenía interés en ir al Ministerio de la Guerra, sino que además no le convenía por el estado de su salud en aquel momento. (El señor Cassola: En aquel momento). Pues a aquel momento me refería yo; ni más ni menos.

Pero S.S. dice: pues si yo he dicho eso y me he mostrado tan desinteresado en cuanto a mi entrada en el Ministerio de la Guerra, será porque S.S. me ha ofrecido la cartera. Pues no es por eso, señor general Cassola, sino porque al ver a S.S. tan impaciente respecto a sus reformas, al ver que S.S., así que dejó de ser Ministro de la Guerra, se puso enfrente del Gobierno y del Ministro que le sucedió, yo decía a S.S.: no tenga usted impaciencia; las reformas se realizarán, y es posible que las realice usted, porque ha sido un buen Ministro de la Guerra, tiene su carrera hecha y podrá volver pronto al Ministerio. No tiene usted que hacer más que estarse quieto: el Ministro de la Guerra vendrá a usted naturalmente. Pero eso no era un ofrecimiento; eso era un buen consejo que yo daba a S.S., y eso es lo que dije a S.S. en la Sección quinta a que se ha referido; eso es lo que le repetí después en Madrid. Porque recuerdo hasta mis mismas palabras: todo eso que usted echa de menos, se irá haciendo; pero como hay pendientes muchos trabajos parlamentarios que reclaman con urgencia su discusión y aprobación, no puede detenerse su examen; eso vendrá cuando se pueda traerlo, y es posible que si usted tiene calma, si usted tiene paciencia, pueda usted mismo realizarlo cuando llegue la ocasión oportuna.

Porque yo he declarado siempre que S.S. es un buen Ministro de la Guerra, y no hay más sino que le aguijonea demasiado su impaciencia y quiere que los demás Ministros se anulen ante S.S., y que ante las reformas que presentó desaparezca todo.

Pero S.S. es verdaderamente ingrato conmigo, no, de ninguna manera, porque yo haya contribuido ni en poco ni en mucho a traer a S.S. al Ministerio de la Guerra, que S.S. lo tenía sobradamente ganado, aunque muchos no lo conocían como lo conocía yo (Risas), sino porque yo he hecho por realizar las reformas de S.S. y por dar a S.S. gusto, lo que no tuvieron la fortuna de poder realizar hombres mucho más eminentes que yo y de gran prestigio en el ejército; porque las reformas de S.S., después de todo, no son una novedad. De esas reformas, poco más o menos, se ocupó ya el insigne general Narváez, y quiso plantearlas, intentó hacerlas y no pudo conseguirlo; y después vino el general O'Donnell, cuya influencia en el país y cuyo prestigio en el ejército nadie puede poner en duda, e intentó realizar unas reformas parecidas, y al cabo de mucho tiempo las reformas no se realizaron.

Y después las han intentado el general Jovellar y otros dignos generales; y yo, ayudado por un Ministro de la Guerra modesto, pero que ha prestado muy buenos servicios al país, cuya hoja de servicios le abona para poder formar entre los generales más distinguidos del ejército español, el señor general Chinchilla; yo, ayudado por ese digno general, he sacado adelante las reformas de S.S., reformas que no pudieron plantear generales ilustres y hombres políticos de gran importancia y de gran altura, y las hemos sacado contra lo que S.S. esperaba, porque siempre me dijo S.S. que no saldrían, y yo le contestaba a S.S.: pues saldrán; y en efecto, salieron. En eso le he vencido a S.S., y S.S., en vez de agradecerme eso, ¿qué hace más que ponerme dificultades? Es S.S. verdaderamente un gran ingrato conmigo. Y yo voy a decirle a S.S. más, y es, que si S.S. sigue en el Ministerio, no salen las reformas. De manera que si tiene tanto cariño a las reformas como parece demostrar, debiera S.S. haberse alegrado de haber abandonado el Ministerio, porque de esta manera han podido salir las reformas. (El Sr. Cassola: ¿He dicho yo que lo he sentido?).

No lo sé, pero lo parece; por lo menos, no se ha alegrado S.S. (El Sr. Cassola: ¡Ah!, evidente; pero fue por la causa). ¡Por la causa! Yo de esto no puedo decir nada, porque es un asunto debatido y pasado en autoridad de cosa juzgada; pero sea de ello lo que quiera, no tenía S.S. motivo para ponerse enfrente de mí, que había hecho por sus reformas y por S.S. todo lo que había sido posible, y que había tenido más fortuna para realizar las reformas de S.S. que tuvieron otros hombres eminentes y otros generales ilustres.

Por lo demás, de la conciliación ¿qué quiere S.S. que yo le diga? Su señoría no tendrá la culpa de que la conciliación no se haya hecho, pero menos la tengo yo; porque, Sres. Diputados, ¿qué conciliación se puede hacer de este modo? Hay una agrupación política en la que figuran los Sres. Romero Robledo y Cassola; con esa agrupación se ha querido hacer la conciliación, y la manera con que SS. SS. querían que la conciliación se hiciera, realmente no era la conciliación del partido liberal; era la conciliación de SS. SS. [2300]

Ayer lo dijo el Sr. Romero Robledo, y hoy lo ha repetido S.S. Formaban SS. SS. una agrupación, un partido, si quiere el Sr. Romero Robledo, que yo no escaseo? (El Sr. Romero Robledo: El Sr. Cassola y yo?). Son una misma persona. (El Sr. Romero Robledo: No es exacto. Pido la palabra). Pues yo no he visto jamás dos hombres políticos más unidos que S.S. y el Sr. Cassola. (El Sr. Romero Robledo: Ya se lo explicaré a S.S.). De manera que si SS. SS. no forman una agrupación, no sé entonces lo que son. Es decir, cada uno de SS. SS. forma un grupo. Por lo visto, están completamente separados, aunque yo creía que estaban perfectamente unidos; y lo creía porque el Sr. Romero Robledo no quería entrar en la conciliación si no entraba el Sr. Cassola; no, me equivoco; si no entraba, no en la conciliación, sino en el Ministerio de la Guerra; y al mismo tiempo el Sr. Cassola me decía: yo no entro en el Ministerio si no entra el Sr. Romero Robledo o uno de los de su fracción. De manera que una agrupación compuesta de S.S. y del Sr. Romero Robledo, como jefe de ese partido, se repartía sólo dos carteras, y dos carteras importantes. Como yo tenía otros compromisos, como yo creía que eso no era absolutamente necesario para la conciliación, entendí que no podía acceder a ello.

De modo que, si el Sr. Romero Robledo no hubiera querido que el Sr. Cassola desempeñara la cartera de la Guerra, la conciliación se hubiera hecho. Yo no digo que S.S. tuviera la culpa; pero, ¡es singular! el Sr. Cassola quería la conciliación, mas se reservaba combatir a todo Ministro de la Guerra que entrara en la conciliación. (El .Sr. Cassola: ¿Quién ha dicho eso?). Yo pensaba que el candidato más conveniente en aquellos momentos para Ministro de la Guerra era el general López Domínguez. Pues a mí me parece que si el general López Domínguez hubiera entrado en el Ministerio de la Guerra, no habría creído que contaba con el apoyo de S.S. (El Sr. Cassola: Ya se lo preguntaremos). Yo no se lo he de decir a S.S.

Después, en el segundo intento de Ministerio, parecía que el Sr. Cassola estaba dispuesto a ayudar a cualquier Ministro de la Guerra que entrara en la conciliación, y sin embargo, al día siguiente de creer todo el mundo eso, aparecía en un periódico un artículo que decían estaba escrito por S.S., que se consideraba como programa de S.S. y que no era agradable para el Ministro de la Guerra que viniera a formar parte del Ministerio de conciliación. De modo que S.S. se quedaba siempre con su libertad de acción para atacar al Ministro de la Guerra que hubiera en el nuevo Ministerio.

Pues cualquier general que hubiera de entrar en el Ministerio, se hacía esta cuenta: ¿dónde esta la conciliación? Se quiere hacer la conciliación con el general Cassola, voy a ocupar un puesto en el Ministerio, y desde el primer momento voy a contar con la oposición del general Cassola. Ésta es la cuenta que yo creo que se había de hacer cualquier general a quien se le ofreciera la cartera de Guerra, al ver la actitud de S.S., que yo no condeno. En su derecho está S.S. para tener era actitud; pero yo creo que con era actitud no era fácil la conciliación.

Por lo demás, yo no encontraba más dificultades para la conciliación.

Y créame el señor general Cassola: yo habré podido tener diferencias de opinión respecto de la conveniencia de que S.S. viniera al Ministerio de la Guerra; pero aún en ese caso S.S. habría tenido la culpa; porque yo, para creer que S.S. podía o no venir al Misterio de la Guerra en un momento dado, no he tenido en cuenta la opinión de nadie, sino la mía propia; yo he creído que así como ha habido momentos en que S.S. podía, no sólo sin inconveniente, sino con ventaja, venir a ocupar el Ministerio de la Guerra, en otros momentos era, a mi juicio, inconveniente que S.S. viniera. ¿Es esto poner el veto a S.S.? No; ni yo se le podía poner, ni se le pondré nunca.

Esto no es más que decir que cuando yo trataba de hacer la conciliación, trataba de hacerla con elementos que, al mismo tiempo que se conciliaran conmigo, no dieran lugar a que se desconciliaran otros elementos por otro lado; porque entonces, y a esto podría yo haberme referido, hubo algunos amigos míos que creyeron que no era oportuna la entrada del Sr. Cassola en el Ministerio de la Guerra, mientras que yo no encontré ningún amigo mío que no considerase conveniente y oportuna la entrada del señor López Domínguez. Acaso mañana sucederá lo contrario, porque no hay nada más accidental que la política; pero después de todo, aquí no puede haber ofensa para S.S., porque es posible que dentro de algún tiempo S.S. esté más indicado por la opinión pública, por amigos, por adversarios y por todo el mundo, para ocupar el Ministerio de la Guerra, que el Sr. López Domínguez. Lo que hay es que en los momentos actuales yo creí lo contrario. Y siendo esto así, ¿por qué no me ha ayudado S.S. a que viniera el Sr. López Domínguez al Ministerio de la Guerra? S.S. podía hacerlo, con tanto mayor motivo cuanto que estaba perfectamente unido al Sr. López Domínguez hasta en las cuestiones militares, y yo creí que al Sr. Cassola le sería muy agradable la entrada del Sr. López Domínguez en el Ministerio, dada la amistad política y militar que entre ellos mediaba. ¿Por qué entonces S.S. puso dificultades a la entrada del Sr. López Domínguez? ¿Por qué no me ayudó a conseguir que accediera a mis suplicas? Yo no me lo explico, Sr. Cassola; quizá se lo expliquen otros, pero yo no encuentro satisfactoria explicación.

Por lo demás, dice S.S. que no le he hablado nunca de conciliación. Pues ¡si no he hablado de otra cosa con S.S.! (El Sr. Cassola: De términos concretos). No sé yo si he consultado con S.S. detalles de la conciliación; pero en líneas generales, y en las cuales creía yo que estábamos conformes, ciertamente que hemos hablado; como que no hablamos de otra cosa. Es más: si yo tuve la primera conferencia con S.S. respecto de la conciliación, no fue exclusivamente por mi deseo; sino que habiendo yo sabido, porque un amigo de ambos me lo advirtió, que S.S. estaba descontento de mí por no sé qué faltas que el Sr. Cassola suponía cometidas por mí contra su persona, como yo no quería que el Sr. Cassola tuviera disgusto alguno, y menos disgustos infundados, pues era mi creencia que nunca le había faltado en poco ni en mucho ni en nada, desde luego sentí el deseo de aclarar ese punto de vista y de demostrar a S.S. que nunca había tenido intención de molestarle en lo más pequeño, y que si en algún escrito o palabra mía podía S.S. haber encontrado algo parecido a ofensa, habría sido sin intención de mi parte; y en efecto, a ese amigo de uno y de otro le dije: pues yo deseo hablar con el Sr. Cassola, porque no queriendo yo agraviar a nadie, y mucho menos al señor Cassola, no me gusta que esté conmigo disgustado infundadamente. Y de ahí vino la primera conferencia entre S.S. y yo; pero desde el momento en que S.S. y yo hablamos, ¿de qué habíamos de tratar, sino de la conveniencia y necesidad de que el partido liberal se reconstituyera? Así es que la conversación versó sobre la manera de hacer la reconciliación.

En líneas generales, me parece que S.S. y yo convivimos, y de todas maneras creo yo que quedamos en que cada cual por su parte, S.S. con sus amigos y yo con los míos, fuéramos quitando rozamientos y limando asperezas, para que en último resultado viniera a realizarse la conciliación a gusto de todos. Después, cuando yo creí que había llegado el momento, y aprovechando la crisis, llamé a S.S. (me tomé esa libertad) para decirle los trabajos que llevaba realizados, las dificultades con que tropezaba, con la idea de encontrar apoyo para la realización de un pensamiento en que S.S. y yo, en líneas generales, habíamos convenido. De manera que, en realidad, no puede decir S.S. que yo no le haya hablado de mis deseos y trabajos de conciliación y de que me ayudara en ellos; luego si S.S. no tiene la culpa de que la conciliación no se haya realizado, menos la tengo yo, que, en último resultado, me parece que hacía yo más por conseguirla que S.S.

Después de todo, créame S.S., ni ahora ni nunca he tenido otro propósito al hablar con S.S., que el de orillar las diferencias que pudieran existir entre los dos, diferencias que creía más debidas a malas inteligencias que a convicción en las opiniones y doctrinas, siquiera sea en las doctrinas militares, en las que he ayudado a S.S. todo lo que he podido, y aún estoy dispuesto a ayudarle en todo aquello que convenga a los intereses del país, cuando por medio de transacciones patrióticas vengan a resolverse los dos puntos capitales que han quedado fuera del debate, que son: la división militar territorial y el servicio obligatorio, y en el momento en que se pongan de acuerdo las oposiciones en esos puntos importantes.

Porque, al fin y al cabo, la división militar territorial es necesaria para la defensa del país, para la comodidad del ejército, y quizá para la economía en el presupuesto, pero afecta a una porción de intereses que hay que conciliar; y respecto del servicio obligatorio, es una cuestión verdaderamente social que no debe resolverla un solo partido, ni aprobarse con criterio de partido, en la cual estamos todos interesados, porque no conozco a nadie, ni particular ni fracción, que no reconozca la bondad del principio; pero es también una medida trascendental que afecta igualmente a muchos intereses, a muchas familias, a la sociedad entera, y hay que meditarla y resolverla con aquel criterio de universalidad con que es preciso resolver las cuestiones de carácter social. Y como en estas corrientes estaba S.S., y para ese objeto trataba S.S. con los jefes de las oposiciones, y según creo que se puso de acuerdo en algún punto de esas dos importantes leyes con el ilustre jefe del partido conservador, claro está, que hoy no me he de oponer a que esas transacciones se realicen, y por el contrario, he de hacer lo que de mí dependa para que tengan el deseado término.

Por último, y para no molestar más al Congreso, diré a S.S. que no sé si viniendo al Ministerio de la Guerra resolverá esas dos importantes cuestiones; pero es posible que le suceda lo que con otras reformas que interesaban más inmediata y directamente al ejército, y para las que S.S. encontró dificultades que nosotros no hemos tenido. Si es así, tenga la seguridad de que cuando vuelva al Ministerio, si encontrase de nuevo esas dificultades, abandonaría el puesto para que otro general se encargara de realizar el pensamiento. No tengo más que decir. [2302]



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